jueves, 2 de septiembre de 2010

My name forever more


El joven carga con cicatrices que desea nunca haber tenido. Se ven, pero no quiere que se vean. O sí? Esas heridas, que no fueron ni mas ni menos que un intento absurdo de alcanzar la paz. Ahora cicatrices, recuerdos de días tristes, desquiciados, irracionales, colmados de locura y absurdos, de miedos, de desesperación, de ira, de odio, de lágrimas.
Muchas lágrimas ha derramado el joven. Muchas han caído al suelo sembrando en cada paso que dio un poco de todo el veneno que fluye por sus venas. El mundo ha sentido, ha apropiado esas lagrimas, ese regalo tan amargo que el joven sembró en su camino, errante la mayor parte del tiempo.
El joven está allí, parado en sus piernas agotadas, agotadas de tanto caminar de aquí para allá, buscando algún lugar en este mundo en donde pueda reposar y descansar sin la presión de saber que va a tener que volver a levantarse a buscar en lugar mejor, porque ese que escogió no le pertenecía.
Esta allí, con sus ojos grandes y marrones. Penetrantes como pocos. Expresivos como ningunos. Tristes como nunca. Ojos que han derramado cientos y cientos de lagrimas, ojos que han sembrado lo mas puro de su alma: tristeza, y en muy pocas ocasiones, paz, en aquellos ojos que miró.
Esta allí, con la cabeza en alto, con sus manos frías, con su espalda encorvada, con sus antebrazos con profundas cicatrices.
Esta allí, a punto de comenzar a andar su camino. El camino que lo va a llevar a convertirse el soberano mas grande de los tiempos: el Soberano de Sí Mismo. Por los siglos de los siglos.

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